
Una vez un colectivero se mudó a la ciudad. Primero no conocía a nadie excepto a su vecino Juan. Un día quedaron en encontrarse en la esquina del bar «El zorro Loco», pero Matías, el vecino, no llegaba. Juan lo llamó, el colectivo se había retrasado. Juan se sentó a tomar un jugo de letras, miró por la ventana y vio algo muy raro: un Ravacanto. Salió a verlo, era gracioso y buenito, comedor de hierbas abisales, cara de hámster, cuerpo de vaca y cola de pez. Fue corriendo a buscar un bolso y lo metió adentro. Justo llegó Matías y le preguntó
-¿Qué tenés ahí adentro?
– No, nada, está la cuenta.
-¿Un bolso tan grande para la cuenta?
-Si, es que comí mucho, me duele la panza, mejor voy al baño.
Y Matías se quedó con cara de «él me necesita». Cuando Juan se fue al baño, sacó al Ravacanto del bolso. Y el Ravacanto se lo comió a Juan.
Juana B.
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