En la vida, como en la escritura, hace falta pasión, decía Ray Bradbury que era un gran apasionado de su trabajo de escritor. Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano.
Bradbury transmite ese entusiasmo y esa pasión al lector que queda hechizado ante sus relatos. Ayer nos apasionamos leyendo El cohete, fascinados y expectantes seguimos atentamente el viaje de Fiorello Bodoni y sus hijos a Marte y cuando el cuento llegó a su fin nos quedamos sin palabras.
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