Todo explorador que se precie de serlo tiene que al menos, una vez en la vida, atravesar la tormenta tumultuosa que se encuentra escondida entre la primera y cuarta costilla en Occidente y entra la quinta y sexta en Oriente; o caer en el abismo de sonidos de sus archipiélagos mentales. Con esta premisa, hoy nos convertimos en exploradores de nuestro propio cuerpo, pusimos a prueba papilas gustativas y órganos sensorios para comenzar a delimitar nuevas y urgentes cartografías personales que sospechamos, irán cambiando con el pasar de los años.
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