Entre las hojas añejas de un viejo catálogo cartográfico, encontramos que existen aquellos que se dedican a escribir poemas a la luna de pie ante los acantilados; los que se camuflan con piel de ballena para visitar los fondos abisales; los que ya murieron pero siguen investigando el mundo desde una habitación secreta en la casa de un chico de diez años; los que viajan subidos a toros, los que escriben en cuadernos de piel de vaca y los que viven alejados de la civilización en la recóndita isla Margarita.
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