Mientras que niños etíopes descifran el lenguaje de los ruiseñores, en Jamaica, un chico muy especial, puede hablar con una tortuga y así evitar que se convierta en una sopa o en un adorno de pared. Al menos así lo cuenta Roald Dahl, en “El niño que hablaba con los animales”. En la misma nota, en un país aún no revelado, gacelas crían humanos sin palabras pero llenas de gestos.
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